miércoles, 1 de junio de 2011

Me ocurrió en la piscina...

Si, fue hace ya dos semanas, pero prefiero contarlo ahora a toro pasado (no mueve molino... no era así).


Pues un jueves de hace dos semanas me fui a realizar mi natación diaria a la piscina. Es de esos días en los cuales te sientes inspirado y crees que puedes con todo. Me puse mi bañador Turbo, que es de esos bañadores apretados que marcan los testículos y el pene en toda su bondad, y me metí en la piscina. Comencé a nadar, como siempre, pero me sentía perfectamente. Nadaba y nadaba, hacía muchos largos y todo perfecto, estaba en caliente. Después de unos 500 metros, qué digo yo, unos 1500 metros o por ahí me paré, como Forrest Gump cuando paró de correr porque estaba cansado, y me quedé en una esquina, me quité las gafas y me quedé mirando a mi alrededor. Ahí estaban los niños haciendo su curso, el Michael Phelps que me clavó el pie el primer dia en el estómago nadando con almohadillas o corchopanes entre las piernas y debajo de los sobacos, en mi calle un señor mayor y a mi derecha, en la calle de recreo unos niños jugando a tirar aros al fondo y salir corriendo a buscarlos al fondo. Todo normal. Pero llegó ella.


Ella era una señora, una gran señora, una enorme señora. Tres quintales de grasa enfundados en un gran bañador negro de una mezcla entre lycra, nylon  y refuerzos de aluminio y acero en las costuras para no romperse. Una enorme foca monje, una descomunal persona, como si Florentino Fernandez, Arias Cañete y Lendoiro se unieran en un abrazo triple y les enfundaran una tela negra por encima. Yo no podía parar de mirarle, la miraba de vez en cuando pensando como podía dormir en una cama sin cajas de cerveza por debajo, como podía caminar sin rozar ya no los muslos sino también los gemelos, como me podía parecer tan mórbido una persona así estando yo como estoy... cuando ella me miró. Yo le quité la mirada, le volví a mirar al poco y allí seguí mirándome, agarrada de la escalera a punto de meterse dentro. Cuando yo me dí la vuelta y me dice un chico "ey, te están llamando"... me señaló a la señora y ella me dijo "¿vas a salir?"... yo le dije entre atemorizado y nervioso "no, no", ella sonrió e hizo lo que yo no pensaba que iba a hacer. Allí agarrada a la escalera cogió impulso de repente, dio un pequeño salto y se lanzó al agua.


Las olas me salpicaron, me sentí como el Titanic con el iceberg, como el Alakrana con los piratas somalíes, como Karmele en el Salvame... desbordado, incómodo, rozando el ahogamiento. Generó tal marea que creí ver a Noé estar pendiente para hacer el arca. Horrendo. Yo como pude me acerqué a esas escaleras, nadando contra esa fuerte marejada que iba en contra de mí, y salí luciendo mi Turbo. No sé que pasó pero cuando llegué a casa me encontraba mal, y el fin de semana fue algo horrible de dolor. Finalmente tuve que ir al médico para que me mirara que era eso que me dolía debajo del corazón y parece que tuve un desgarro muscular en los intercostales, por lo que no pude bostezar, estornudar o reir fuertemente por el dolor tan enorme que me producía. ¿Mi natación intensa? ¿El golpe de la ola de la madre elefanta? Lo que fuera me dejó sin piscina dos semanas. Hoy volví, ella estaba, pero llegó más tarde. Esta vez pude escapar a tiempo... quizá la próxima no pueda vivir ni para contarlo ni para escribirlo...

1 comentario:

SANDRA dijo...

DIOS VITI LO MEJOR QUE HE LEIDO DESDE HACE TIEMPO AJJAJA DE LA RISA ME HE ATRAGANTADO CON MI PROPIA SALIBA Y HE LLORADO AJJAJA X_D